Este sitio utiliza cookies. Al navegar por la web estás aceptando el uso de cookies.

Aceptar Más información

Cruce a Nado del Estrecho de Gibraltar Julio de 2015 (Crónica de David Plaza)

13 de noviembre de 2015

Cruce a Nado del Estrecho de Gibraltar Julio de 2015 (Crónica de David Plaza)

Cruce a Nado del Estrecho de Gibraltar Julio de 2015 (Crónica de David Plaza)

Como muchos de nuestros seguidores saben, el pasado mes de Julio de 2015 asesoramos a un equipo de 4 nadadores para un nuevo intento de Cruce a Nado del Estrecho de Gibraltar, nuestro segundo cruce consecutivo con la ACNEG tras el completado en el 2014.

Ya nos hicimos eco de su éxito en nuestras redes sociales, y ahora uno de sus integrantes, David Plaza, comparte con todos nosotros su visión personal del reto.

Muchas gracias por tu relato, David, y enhorabuena por tu éxito.

MI ESTRECHO DE GIBRALTAR

(Por: David Plaza Morales)

Tarifa, Julio 2015.

En el amanecer de Tarifa se intuye al fondo la costa africana, lejos, en nebulosa, épica y mágica, inspirándonos deseo y advirtiéndonos del sufrimiento para conseguirla. Imponente.

El esfuerzo y la inquietud de las horas anteriores merecían la pena por verme allí.  La impaciencia en el aeropuerto de Zúrich, tan solo catorce horas antes de lanzarme al agua, cuando mi vuelo continuaba retrasado. La llegada a Madrid con tres planes alternativos gestionados desde el propio aeropuerto. Cualquier cosa con tal de llegar a Tarifa antes de la hora de saltar al mar. Aunque nada comparable a la frustración del momento en que descubrí que había apuntado mal las fechas del reto que llenaba mi cabeza los últimos meses.

Cuando encontré a Ana, mi mujer, en el aeropuerto de Madrid con tiempo suficiente para coger el avión a Jerez, respiré por primera vez. Si todo iba bien a las dos de la mañana estaríamos en una cama, reservada en el último momento, en el único sitio libre de Tarifa a esas alturas del verano.

Segunda vez que me enfrentaba a esas aguas, negras aun por la falta de luz a esas horas del día. En mi cuerpo ciento setenta km nadados durante los últimos tres meses, algunos menos que el año anterior.

A las siete y veinte de la mañana de ese viernes de Julio, habiendo engullido dos bollitos típicos de merienda de niños, comprados en el único chino abierto de madrugada en la ciudad,  arropado por mis compañeros y  por un frío inesperado a esas alturas del año, nos subimos al barco que nos llevaría a la punta de la isla de tarifa. Las corrientes, dueñas absolutas de la travesía, marcaron la hora exacta de mojar nuestros neoprenos en ese agua mestiza, fusión de Atlántico y Mediterráneo.

Al tirarnos al agua se ahogaron los nervios de la noche. Empezaba la escena que iba a prolongarse durante toda la travesía. Delante el barco guía, a nuestro lado, como una madre arropando a sus crías, la zodiac de avituallamiento, y nosotros cuatro saboreando la sal del estrecho.

En los primeros cien metros perdimos la formación acordada si es que en el algún momento la tuvimos. Íbamos en flecha. Habíamos entrenado juntos una travesía, y la experiencia había sido excelente, formados, a ritmo, unidos, pero, en ese momento, en el agua gaditana, nada de lo ensayado nos acompañaba. La flecha era una cuerda móvil que no conseguía coger forma. Me sentía muy fuerte nadando, en inmejorable forma, estupendos tiempos y con un equipo excepcional, empeñado en ser un grupo y no cuatro nadadores.  Nuestra voluntad era férrea pero empezábamos con problemas. Nos separábamos, nos juntábamos, descoordinados y difíciles de organizar debido a alguna sordera provocada por los tapones de goma, imprescindibles para los que padecían del oído. En ese momento saltaron al agua los demonios del año anterior.  Este era mi segundo intento y la primera vez, hasta aquí, iba mejor

Este año, el escenario era mucho más oscuro, no había enormes bancos de atunes con nosotros, ni peces luna, el agua estaba negra, opaca y movida.  Los enormes cargueros que atravesaban el estrecho, a una distancia más que segura de nosotros, nos dejaban, al rato de su paso y   a modo de recordatorio de su presencia, unas enormes olas en la superficie del mar.

Pronto me di cuenta de que, a pesar de llevar una formación de dudoso estilo, nuestras brazadas nos llevaban a buen ritmo en la dirección correcta.

Avanzábamos y era lo único importante en una carrera en la que la lucha real es contra la incertidumbre, donde no puedes hacer más que lanzar un brazo tras el otro y confiar en que llegarás.

Llevábamos una hora y cuarenta minutos cuando mi hombro derecho empezó a rendirse. Un par de semanas antes, durante una mudanza me había dolido, aunque no le di importancia.  Hoy sé que tenía una luxación en la clavícula pero, en aquel momento, con la adrenalina a tope, lo achaqué al cansancio.

Para aliviarnos, nos dieron un ibuprofeno a mí y a mi compañero Pedro, que perdía movilidad en el brazo a cada metro nadado.  Como en muchas ocasiones, para bien o para mal, el cuerpo aguanta lo que la mente cree que puede y el antiinflamatorio funcionó.

La silueta de las montañas de Tánger me parecía a la misma distancia que cuando habíamos tocado el agua y ya estábamos doloridos y anquilosados. “¿Cómo podía ser?” De nada servía la experiencia del año anterior.  Entonces las corrientes cambiaron repentinamente después de 16 kilómetros de travesía hasta convertir un cruce de resistencia en un enorme sprint donde me resultaba imposible ir al mismo ritmo que mis compañeros. 

El Estrecho de Gibraltar no existe.  Hay tantos estrechos como horas y como minutos ha habido desde que las fuerzas naturales lo formaron. Cada cruce es distinto, cada momento del cruce es diferente, en cada segundo las corrientes pueden cambiar, para bien o para mal. Cada día hay mil cuatrocientos cuarenta estrechos y ningún día se repite la misma combinación. Es inquietante, esquivo, caprichoso y fascinante.

Seguíamos nadando, seguíamos descoordinados, pero seguíamos juntos.  Parábamos escasos segundos cada cuarenta y cinco minutos para avituallarnos, nos dábamos ánimos y volvíamos a hundir la cara en el agua.  Durante unos momentos una familia de delfines que quiso unirse al grupo. Llegaron, nos vitorearon con sus saltos, nos deslumbraron con su elegancia y desaparecieron. Fueron los únicos seres vivos que nos cruzamos en todo el camino. El mar estaba desierto a nuestra vista. La falta de vida en un agua, que yo había conocido animada y multitudinaria, era una sensación extraña.    

Poco después, en el siguiente avituallamiento, mi mujer, tripulante de la Zodiac y avitualladora oficial del grupo, rompió la ley del silencio al nadador para darme una estupenda la noticia.  Ya tenían de referencia Tánger Med, estábamos lejos de tierra pero dentro de la bahía. El Estrecho no se cruza hasta que no tocas África.  Todo puede pasar hasta entonces pero llegados ahí las corrientes de ese día no parecían predispuestas a sacarnos del camino.  A una u otra punta, a más o menos distancia, llegaríamos.  Supe que solo era cuestión de resistir. Y resistir ya solo dependía de nosotros. 

El dolor era fuerte y cada vez me costaba más coger agua. Aguantar, nadar y sufrir. Pero iba a llegar. Entonces vino un empujón de ánimo extra: Patricia, la excepcional compañera que nadó el resto de la travesía en paralelo, a mi ritmo, acompañándome y trasmitiendo su estupenda energía aun debajo del agua. 

África se fue acercando a nosotros durante la siguiente hora. De repente, deseado e inesperado, empezamos a ver el fondo del mar. Es, junto con la meta del Ironman, una de las visiones más excepcionales de mi vida deportiva. Sabes que estás al final, a punto de conseguirlo. Las dos lanchas empezaron a hacernos el pasillo hacia las rocas llenas de olas rompientes y de espuma blanca convirtiendo el momento en una emocionante explosión de adrenalina. Una experiencia distinta a cualquier otra. 

El Estrecho no es el reto más difícil ni para el que más entrenas.  Ni siquiera el más divertido. Realmente  hacer siete mil metros en una  piscina de veinticinco metros está muy lejos de ser fascinante.  No es el más exigente físicamente,  solo pide persistencia, constancia, sacrificio y  fortaleza mental. Pero tiene algo diferente. Es la épica que lo rodea. El misticismo de ser tan pocos.  El misterio de lo imprevisible.  Es la importancia de la gente que está a tu lado: Un buen entrenador  y un grupo de compañeros excepcionales para vivirlo juntos.

La vuelta Tarifa la hicimos con el sol en alto rodeado por el cielo azul y un viento que no dejaba salir el sonido de nuestras bocas y que nos quitaba el calor de la piel. Con la costa marroquí a la espalda y Tarifa al frente era un paisaje totalmente distinto al del amanecer.  Fuera y dentro de nosotros.  Me acompañaban la paz en el corazón,  la relajación, la alegría, y las personas que siempre formarán parte de un momento muy especial en mi vida.

David Plaza, Pedro Navarro, Patricia Hernando y Jesús Gómez cruzaron el Estrecho de Gibraltar a nado, entre la Isla de Tarifa y Punta Almansa,  el 10 de Julio del 2015 en 3 horas y 51 minutos, con el excepcional apoyo logístico y moral de Ana Rivera y entrenados por Mario Cañizares Sanchez-Beato de Elite-NextLevel.

¡Comparte este artículo en las redes sociales!

Estimad@ lector, esperamos que este artículo te haya resultado útil. Si piensas que puede ayudar a otros te invitamos a compartirlo a través de cualquiera de estas opciones.

¡Recibe nuevos artículos en tu email!

Si te ha gustado este artículo puedes suscribirte y recibir en tu correo todas las novedades de nuestro blog


Acepto el Aviso Legal
¡Suscríbeme!

2 Comentarios para “Cruce a Nado del Estrecho de Gibraltar Julio de 2015 (Crónica de David Plaza)”

  1. juanma aguilar dice:

    HOLA ESTARIA INTERESADO EN CRUSAR H NADO EL ESTRECHO GRIBALTA ,ME PODRIA INFORMAR
    GRACIAS

    • Mario Cañizares Sánchez-Beato dice:

      Hola Juanma!

      Claro, te enviamos un correo ahora mismo. No obstante, si es un tema logístico o «burocrático», lo ideal es que te pongas en contacto con la propia ACNEG y ellos te informarían.

      Un saludo!

Deja un comentario para Mario Cañizares Sánchez-Beato