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Gracias Triatlón

27 de septiembre de 2013

Gracias Triatlón

Gracias Triatlón

Diego Mateo, gran amigo, persona y deportista, nos cuenta en un relato muy personal su relación con el mundo del deporte en general, y con el triatlón en particular. Verdaderamente emotivo.
Madrid, 27 de Septiembre de 2013

Tengo 46 años. Hace diez, me encontraba en una habitación de hospital preguntándome si podría volver a hacer deporte, mi gran pasión desde niño.

Era la tercera vez que tenía una experiencia similar. La primera, justo después de un partido de baloncesto; la segunda, después de una carrerita detrás de mi hija; la tercera, la que me tenía tumbado en aquella cama en vacaciones, sucedió tras dar cuatro o cinco brazadas en una piscina ibicenca en una tarde de finales de agosto.

En aquellas tres ocasiones, mi corazón había empezado a latir de forma completamente descontrolada. Tenía una fibrilación auricular. La causa era desconocida pero me aconsejaron evitar esfuerzos bruscos, que, a simple vista, parecían desencadenar las arritmias.

Aquel no era mi único problema. Tres años atrás, después de frecuentes dolores de cuello y cefaleas recurrentes me habían diagnosticado una hernia cervical. A pesar de meses y meses de rehabilitación y fisioterapia, mis dolores iban cada vez a peor. El neurocirujano me había aconsejado que nadara para fortalecer cuello y espalda, y mejorar así la sintomatología de la hernia, sin tener que recurrir a la cirugía. Tendido en aquella cama de hospital, me preguntaba cómo iba a poder mantener el cuello y la espalda tonificados si algunas brazadas en una piscina me descompensaban completamente el ritmo cardiaco.

Tuve otros tres episodios más de fibrilación en los años que siguieron, llegando a pasar alguna noche en la UCI. La práctica de deporte disminuyó hasta hacerse prácticamente inexistente, al tiempo que mi desesperación crecía, y los dolores no cesaban. Un buen amigo me sugirió un cambio de cardiólogo. Fui a dar con un gran médico que me puso un nuevo tratamiento y que me pidió que, a pesar de miedos y dolores, empezara a nadar.

Con mucha reticencia, me apunté al Virgin Active de Las Rozas. La primera vez que me lancé a la piscina sufrí un ataque de ansiedad, obsesionado con escuchar a cada brazada los latidos de mi corazón, y sintiendo pinchazos en el cuello en cada respiración. Salí del agua, me duché, me cambié y me fui a casa con lágrimas en los ojos. Pensé en nunca volver, pero, al día siguiente me presenté en Virgin con unas aletas. Me puse a hacer pies de espaldas. Eso mantuvo mis pulsaciones bajas y el cuello sin tensión, y, con ello, la ansiedad controlada. Un año después, nadaba una hora, tres veces por semana.

Un día, Raúl, uno de los monitores del gimnasio que me veía nadar regularmente, me preguntó si era triatleta. Me empecé a reír y le explique que, para mí, la natación era una medicina más que una actividad deportiva. A pesar de mi escepticismo, los días siguientes no pude quitarme la palabra “triatleta” de la cabeza. Decidí ponerme unas zapatillas e intenté salir a correr. ¿Resultado? Paré a las tres zancadas, en cuanto se me dispararon las pulsaciones, por miedo a una nueva arritmia. Salí a trotar más veces y, poco a poco, comencé a vencer el miedo a correr. Al cabo de unos meses, conseguía hacer 5 Km a ritmo suave, sin pensar en mi corazón.

Desafortunadamente, mis problemas no acabaron entonces. Un pequeño accidente casero desencadenó otra hernia de disco, esta vez lumbar. Vuelta a la fisioterapia.

Aquella vez, sin embargo, estaba decidido a no venirme abajo. Encontré una clínica de rehabilitación deportiva cuyos excelentes profesionales me tuvieron “operativo” al cabo de un par de meses. Y volví al gimnasio. Volví a nadar.

Un día, mi hijo no podía ir a natación, y mi mujer me propuso que, en vez de ir a la piscina yo solo, aprovechara la clase que quedaba libre. Así conocí a Mario Cañizares. Media hora de clase con Mario y volvió a salir el tema del triatlón. Justo ese mes, se celebraba el SERTRI en Madrid, y todavía no sé cómo, me convenció para que me apuntara en la modalidad supersprint.

Sin querer pensar mucho en lo que hacía, di alguna clase más con Mario, compré una bici, salí a trotar 2 Km un par de días y me planté en la Casa de Campo, con más nervios que una novia el día de su boda. Para mi sorpresa, acabé el triatlón, bastante cansado, pero con el corazón latiendo normalmente y sin más dolores de espalda y cuello de los que tenía antes de empezar.

Este 8 de Septiembre, casi un año después de aquello, vuelvo a tener lágrimas en los ojos, como aquel primer día de natación en Virgin Active. Pero esta vez, no es frustración lo que siento.

Hoy he completado mi primer Triatlón Olímpico, en Valencia.

¿El cuello? Ni un problema. ¿La espalda? Como nueva. ¿El corazón? Completamente normal, a pesar de 2h 53´de esfuerzo.

¿La moral? Por las nubes.

Hace diez años estaba en una cama de hospital con una máscara de oxígeno y una vía en el brazo tras haber dado cuatro brazadas en una piscina… Hoy soy “finisher” de un Tri olímpico.

Gracias al entrenamiento de todo este año planificado por Elite Next-Level, no sólo soy “finisher”, también puedo volver a hacer todos los deportes que hacía antes. Vuelvo a esquiar o a hacer snowboard sin dolor, a jugar al golf como cuando tenía 25 años, a jugar al baloncesto sin preocuparme del corazón, a jugar al tenis…

Aunque… no sé por qué, he perdido un poco el interés por todos ellos.

No sé por qué, sólo me apetece hacer tres cosas:

SWIM, BIKE, RUN

Gracias, Mario. Gracias Elite Next-Level, Gracias Triatlón.

Autor:
Diego Mateo

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